Pareciera que vivo entre las raíces de los árboles más añosos de las montañas, el frío del invierno interminable, me sigue, clavándome sus dagas de hielo.
Mi cara ya petrificada por las andanzas de aquellas jornadas infinitas, tienen surcos que el agua de aquellos ríos azules inmensos desbordados, fueron abriendo cada minuto, amargo, lento, vívido.
Remolinos invisibles, hicieron cambiar mi rumbo eterno.
Solo quería llegar donde los unicornios dorados y sentir el abrazo tibio, húmedo, suave y perfumado de alhelíes.
Reproduciéndose las amapolas y el trigo, más tu moriste.
Perdiste tanto, que ni la inmortalidad del tiempo será capaz de perdonarte.
Aquel cielo atiborrado de estrellas te decían una y mil veces ama, ama…
Pero tu corazón de piedra, fue impávido, se atrincheró en un cuerpo sin vida, insensible, pobre.
Ya el tiempo está borrando la pena,
De haber amado tanto,
De haber querido tanto y
De haber odiado tanto.
El olvido, ah el olvido…
¿Qué es?